Érase por siempre, que se era
un gran jardín de lirios y amapolas
y un caserón enorme y altanero
que guardaba en sus cueva-habitaciones
los secretos de aquellos que habitaban
este lugar buscando paz y aliento.
Y en el jardín tan bello descansaban
y allí una familia les cuidaba
les daba viandas exquisitas e intentaban
que su estancia cambiase y anulara
todo lo que ocultaban y guardaban.
Habitaba en el jardín una pequeña
hija del posadero y posadera
que siempre paseaba inadvertida
con su cara redonda y negro pelo
y sus ojos abiertos deslumbrantes
observaba el paisaje y los viajantes.
Y allí todos contaban mil historias
y pasaban los días y las horas,
encontraban refugio y su consuelo
recuperándose de heridas atrasadas
que todos arrastraban.
Más sin saber como era aquello
si el jardín, la comida o el asueto
su salud y su alma transformaba.
La pequeña miraba, oía y escuchaba
solo reía y jugaba
pero sabía que a nadie le importaba,
todos vivían la vida a sus espaldas
pero ella desentrañaba todo aquello
que su sentido acaparaba.
Ella intuía y sabía de todos los pesares,
los secretos que anulaban sus almas,
las vivencias y experiencias encerradas.
Y en su mente retenía todo aquello
para que otros olvidaran.
En sus juegos cancelaba
cual maga poderosa desconsuelos
y sus risas llenaban los oídos de la gente,
buscando a los pequeños inocentes
que ellos sin saberlo transportaban.
Y en sus sueños vagaba la pequeña
y les cambiaba pesar por alegría,
dolor por bienestar, angustia por alivio,
disgusto por consuelo.
Cambiaba los pesares
por alegre entusiasmo
pero ellos sin comprenderlo.
Y digo yo que jardines, perfumes,
amores y niños hacen eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario