martes, 13 de marzo de 2012

Un cuento


Érase por siempre, que se era

un gran jardín de lirios y amapolas

y un caserón enorme y altanero

que guardaba en sus cueva-habitaciones

los secretos de aquellos que habitaban

este lugar buscando paz y aliento.


Y en el jardín tan bello descansaban

y allí una familia les cuidaba

les daba viandas exquisitas e intentaban

que su estancia cambiase y anulara

todo lo que ocultaban y guardaban.


Habitaba en el jardín una pequeña

hija del posadero y posadera

que siempre paseaba inadvertida

con su cara redonda y negro pelo

y sus ojos abiertos deslumbrantes

observaba el paisaje y los viajantes.


Y allí todos contaban mil historias

y pasaban los días y las horas,

encontraban refugio y su consuelo

recuperándose de heridas atrasadas

que todos arrastraban.

Más sin saber como era aquello

si el jardín, la comida o el asueto

su salud y su alma transformaba.


La pequeña miraba, oía y escuchaba

solo reía y jugaba

pero sabía que a nadie le importaba,

todos vivían la vida a sus espaldas

pero ella desentrañaba todo aquello

que su sentido acaparaba.


Ella intuía y sabía de todos los pesares,

los secretos que anulaban sus almas,

las vivencias y experiencias encerradas.

Y en su mente retenía todo aquello

para que otros olvidaran.


En sus juegos cancelaba

cual maga poderosa desconsuelos

y sus risas llenaban los oídos de la gente,

buscando a los pequeños inocentes

que ellos sin saberlo transportaban.


Y en sus sueños vagaba la pequeña

y les cambiaba pesar por alegría,

dolor por bienestar, angustia por alivio,

disgusto por consuelo.

Cambiaba los pesares

por alegre entusiasmo

pero ellos sin comprenderlo.


Y digo yo que jardines, perfumes,

amores y niños hacen eso.

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